¿Es la Cooperación Sur-Sur Triangular una alternativa viable?
La experiencia chilena en materia de cooperación ha tenido la particularidad de transitar desde la situación de un país receptor neto de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) a principios de los 90s, hasta la realidad de una nación que se ha “graduado” del programa de cooperación de la Unión Europea. Actualmente Chile es el segundo país de América Latina y el Caribe que ha ingresado a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y mantiene importantes programas de cooperación en su región.
Esta historia de éxito no ha estado exenta de dificultades y pasos en falso, por lo que el resultado responde más bien a que Chile ha sabido comprometerse con el desarrollo y la derrota de la pobreza, tanto a nivel nacional como internacional. Este compromiso surge de una férrea voluntad de superación y se ha visto reflejado en el desarrollo de una institucionalidad capaz de entregar los medios para llevar a cabo los objetivos de Chile para el mejoramiento de las condiciones de vida de las personas.
En la actualidad, la crisis financiera que afecta principalmente a los países que se han hecho de un nombre como “donantes tradicionales”, ha provocado una serie de ajustes presupuestarios tendientes a una disminución generalizada de la AOD. En septiembre del año pasado, la Oficina del Programa de Naciones Unidad para el Desarrollo (PNUD) en El Salvador publicó en su Web: “ODM en riesgo por la disminución de la ayuda al desarrollo”, donde se establece lapidariamente que: “En el Informe sobre los ODM 2012 titulado ‘La Alianza Mundial para el Desarrollo: convirtiendo la retórica en realidad’, expertos de todo el sistema de la ONU encontraron dificultades para identificar áreas de progreso significativo en la nueva la alianza mundial para alcanzar los Objetivos y, por primera vez, hay signos de retroceso. Después de alcanzar un pico en 2010, el volumen de la ayuda oficial para el desarrollo (AOD) cayó casi un 3 por ciento en 2011, según la medición de los precios y los tipos de cambio.”[1]
Chile es un país que debe mucho a la cooperación, lo que sumado a su compromiso nacional con el desarrollo, ha dado como resultado una situación en la que nuestro país se encuentra ad portas de cumplir con todos los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Sin embargo, es el Objetivo del Milenio Número 8 (ODM 8), relacionado con el fomento de la asociación mundial para el desarrollo, aquel ante el cual todos los actores relacionados con la cooperación se encuentran en deuda.
Debido a su experiencia como receptor, Chile ha entendido con celeridad la relación entre desarrollo y cooperación internacional. Para que la entrega de ayuda financiera o técnica tenga un eco real y duradero en la derrota de la pobreza de un país determinado, es fundamental que la relación entre donante-receptor sea lo más horizontal posible. El cambio hacia la relación proveedor-beneficiario no debiese ser sólo un cambio de nomenclatura, si no que el reflejo de aquella alianza mundial a la que nos convoca el ODM 8.
En este sentido, la cooperación significa un trabajo conjunto, una actividad que implica compartir experiencias y conocimientos para alcanzar y afianzar el desarrollo de todos los países involucrados.
Chile ve en la cooperación Sur-Sur triangular una respuesta adecuada a las circunstancias actuales. La política chilena de cooperación busca ser horizontal y ajustarse las demandas identificadas por los países beneficiarios, de los que se espera un rol activo, en tanto la cooperación Sur-Sur es fundamentalmente técnica, orientada a la creación de capacidades institucionales y el mejoramiento del capital humano. Cada beneficiario de un proyecto es un potencial proveedor de futuros programas de cooperación.
De este modo, la triangulación de recursos técnicos y financieros asegura un alto grado de efectividad de la cooperación internacional, ya que lo que se entrega son las habilidades, teóricas y prácticas. Asimismo, la idea es incorporar cada vez más a actores supra e infra-nacionales, desde aprovechar la eficacia en el acceso a la población objetivo que poseen muchas asociaciones de la sociedad civil, pasando por la eficiencia en la gestión de recursos en responsabilidad social que han demostrado varias empresas, y recurriendo a los estudios de impacto y reflexión en torno a las alternativas de desarrollo que ofrece la academia.
AGCI considera que el presente contexto de disminución de la AOD sienta las bases para plantear una línea de ruta para dar respuesta no sólo al ODM 8, sino que ir más allá del 2015. ¿Cómo lograr que un sistema de cooperación internacional que sea fluido e ininterrumpido? La responsabilidad recae en todos los actores, sin importar si provienen del “Norte” o del “Sur”, una alianza global debe rescatar lo mejor de cada cual, recurrir a las ventajas comparativas, compartir y trabajar en conjunto para alcanzar el desarrollo y superar la pobreza.
Marco Fernández, Asesor de Políticas de Cooperación - AGCI.